Somos viejos atrapados en el cuerpo de jóvenes
con almas llenas de cicatrices y arrugas,
cada una de ellas trazada por todos los viajes donde nuestra realidad se desgarró hecha jirones.
Con la mirada atónita
seniles y babeantes
estancados en las aguas pútridas
de unas cuencas oculares que no se derraman.
Espiritus agonizantes y decrépitos
que claman por huir de un cuerpo que se aferra a la existencia.