domingo, 10 de julio de 2011

Amanecer tardio.

Cuando conseguimos abstraernos de nuestro ensordecedor ruido interior que propaga su pusilánime eco entre las miles de almas anudadas en el vagar sin rumbo, entonces, el silencio se abrió paso entre nosotros rezumando en la savia que brotaba de los árboles, al tiempo que llorábamos por dentro escuchando al completo cada una de las gotas de fluído madre que caían del cielo, deslizándose entre el aire, sin perturbar la armonía que a través de las hojas eternamente efímeras petrifica plácidamente la tenue luz de un amanecer tardío, mientras la rigidez se retorcia hasta aflojar la opresión  sónica retumbando en sus raíces, aquellas que se amoldaban a nuestros a veces errados pasos, y, aún así, nos lo permitieron, estar allí. Estar, con todo lo que ello implica, parece simple, pero no lo es, pues estar implica detener los procesos disonantes que nos mantienen atados a la opresión de la vigilia y aceptar que, una vez los detienes, tal vez la angustia te aceche como un perro hambriento tratando de satisfacer una necesidad, o bien, la paz te esperará con un abrazo maternal para enseñarte el camino, el tuyo, al fin y al cabo, el de todos, mas no sucede para todos al mismo tiempo, pues por desgracia no siempre se esta atento al instante.

Y luego...los momentos son tan inconmensurablemente bellos, que podría emplear toda mi vida en recolectar las palabras mejor tejidas por la vieja araña y engarzarlas rítmicamente con la precisión de un joyero, y aún así, seguiría sin poder describirlos en toda su magnitud. Pues la talla del concepto es verosimil a la belleza, pero no veraz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario